La brutalidad del 68, testimonios sobre la noche del 2 de octubre

Una serie de fotografías inéditas hasta ahora, que presentan a víctimas mortales de los sucesos de 1968 en Tlatelolco, da cuenta de la saña utilizada para atacar a quienes se hallaban en el lugar. Las imágenes, que en su mayoría presentan cuerpos de jóvenes a los que se arrancó la vida de manera brutal, arrojan elementos discrepantes con la versión oficial en torno de estos hechos, especialmente sobre cuántas personas murieron durante los sucesos, por qué, cómo y a manos de quién.
De acuerdo con testimonios que ha sido posible recabar, las gráficas fueron tomadas por el fotógrafo de EL UNIVERSAL Manuel Rojas, fallecido años después, quien logró salvarlas de un amplio operativo de allanamiento y despojo desarrollado esa larga noche por agentes gubernamentales que virtualmente tomaron bajo su control a los periódicos capitalinos. El reportero gráfico entregó después ese material a directivos de la institución, quienes lo resguardaron, y hoy disponen su publicación.

Durante las últimas semanas este juego de 12 fotografías fue mostrado a especialistas en medicina forense, a defensores de derechos humanos, a intelectuales y a ex líderes de aquel Movimiento del 68. Los dos principales funcionarios del Servicio Médico Forense (Semefo) del Distrito Federal eran en 1968 auxiliares de perito en ese mismo sitio y ahora, casi 34 años después, rememoran aquella noche difícil: "Nunca en todo este tiempo coinciden hemos vuelto a ver escenas tan crueles como aquéllas".

Los comentarios de ellos y de los demás personajes consultados ratificaron la pertinencia de presentar a la opinión pública este material por decisión de esta casa editorial, como una aportación para el debate sobre el país que fuimos y sobre el país que deseamos ser.

“Hicieron lo que sabían hacer...”

Estos dos pares de ojos están entrenados para detectar y seguir los rastros de la muerte. Cadáver tras cadáver, año tras año, han ido acumulando una experiencia que muy pocos humanos llegan a tener. La mirada de estos dos hombres recorre los mismos cuerpos sin vida, las mismas heridas, los mismos rictus de dolor con los que hace 33 años se encontraron de improviso en una noche de octubre.

José Ramón Fernández y Gilberto Ibarra están ampliamente calificados para esta tarea. Son el director y subdirector, respectivamente, del Servicio Médico Forense del DF. El 2 de octubre de 1968 eran asistentes de perito en el mismo lugar en el que hoy observan las fotos de los muertos de Tlatelolco. Desde entonces, nunca han vuelto a ver escenas tan crudas y lesiones tan atroces como las que hoy de nuevo tienen entre sus manos. Las fotos que examinan hablan por sí mismas, lo dicen todo: "Tienen algo en común: muestran el uso diestro de las bayonetas y disparos de armas de fuego con balas expansivas. Sabían dónde atacar. Las heridas no están en los brazos, en las piernas o en un pie. Van al corazón y a los órganos vitales. Hicieron lo que sabían hacer...". Alguna razón tendrán para no concluir la frase anterior. No se atreven a decir explícitamente "Hicieron lo que sabían hacer: matar". Pero igual lo expresan con otras palabras. Igual de secas, duras, contundentes. "Recuerdo que en un cadáver había un golpe de bayoneta sobre un costado del cuerpo, y arriba el disparo", dice el doctor Ibarra.

¿Y eso qué implicaba? ¿Lo remataron en el piso?

Bueno, a la hora de meter la bayoneta en el cuerpo, se jalaba también el gatillo. Como si fuera un combate cuerpo a cuerpo, como si estuvieran en guerra...

Estaban adiestrados para ello. Es lo que los militares hacen todos los días. Los entrenan para eso.

El doctor Fernández interviene. Trata de encontrar alguna lógica a lo que de entrada es irracional. Es hombre de largas horas de vuelo en los anfiteatros. "La comparación es muy burda... y no quiero ofender a los soldados... pero si tuviéramos un perro de caza, lo entrenáramos... y de repente lo soltáramos....y le dijéramos "sobre él"... ¿quién sería el verdadero culpable? ¿El perro? Los culpables son los que dieron la orden.

"Perros de caza"... acaba de decir quien habla no en su calidad de director del Semefo, sino de experto en determinar por qué es que la gente pierde o le es despojada la vida. Intenta decir que los soldados mataron de esta manera porque para eso los educaron.
Las frases sueltas, cortas, que ambos van pronunciando mientras observan lo que el 3 de octubre del 68 vieron por primera vez se acumulan: "Los cadáveres tenían destrozado el tórax", "cráneo deshecho por instrumento corto-contundente", "traumatismo brutal", "herida por proyectil expansivo en la cabeza", "heridas van dirigidas al corazón", "gran escurrimiento de sangre sobre abdomen"...

Los términos médicos tratan de no reflejar emoción alguna, pero no alcanzan a cubrir la dimensión de lo que ocurrió ese 2 de octubre. "Fue impactante. Presenciamos lesiones que nunca habíamos visto y que a la fecha nunca más hemos visto. Mortales, muy precisas. Lesiones de la vida militar".

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En 1968 Gilberto Ibarra había cumplido 17 años y cursaba tercero de preparatoria. Aún no ingresaba a la Facultad de Medicina de la UNAM, pero ya acudía al Semefo. Su padre, Juan Ibarra, era perito y él asistente.

Meses antes de que se produjera el asalto militar a Tlatelolco, ya sentía temor. No había clases. La Universidad estaba cerrada, tomada por el Ejército. Veía a los militares en el Zócalo, camiones del Ejército, con soldados armados, patrullando por las calles. El miedo se había instalado entre los habitantes de la ciudad de México.

"A mí me daba mucho temor. Yo era seleccionado del equipo olímpico mexicano de atletismo y entrenábamos en Ciudad Universitaria, pero para poder entrar al estadio Olímpico nos revisaban los soldados. Pasábamos una guardia, luego otra, una tercera y una cuarta... Entraba uno con miedo. En el estadio había gente apostada en las alturas, armada... Había mucha intranquilidad".

Como todos los días, Gilberto Ibarra fue a entrenar a Ciudad Universitaria el 2 de octubre. De ahí se fue a las instalaciones del Semefo, a donde llegó a las 10:00 u 11:00 de la mañana. Aún no ocurría nada, pero su padre intuía o sabía algo. Tenía amigos en diversas fuerzas de seguridad. Así es que lo sacó de la zona. Cruzaron Reforma y el ambiente no era usual. La tensión era palpable. "Se veían pasar ambulancias, camiones del Ejército. Llegué a ver una tanqueta, tanques ligeros, atrás de Tlatelolco...", recuerda Ibarra.

En la noche de ese 2 de octubre supo que algo había ocurrido. Las noticias lo decían. Había muertos. Y aunque tenía idea, no imaginaba lo que vería horas después.

La madrugada del día siguiente llegó al Semefo y se encontró con un mundo de gente, cámaras, policías; no se permitía el paso a nadie.

Y llegaban más cadáveres, habían estado arribando en el transcurso de la noche. Los colocaban en los pasillos, en las mesas, en donde podían. En las cuatro gavetas ya había cuatro cuerpos para empezar.

"Se veían muchos jóvenes. Impactos de bala tremendos. Me dijo mi papá ésto es calibre grande". Era un boquete. "Aquello parece un arma con balas expansivas... de las balas que al pegar con un cuerpo explotan". Eran verdaderos boquetes, de ocho, 10 centímetros... Cuando entran al cuerpo tienen un orificio de entrada normal, pero dentro del cuerpo explotan y se hacen unos boquetazos enormes...".

"A mí me impactaba mucho porque no eran lo que habíamos visto antes. Eran balas del Ejército. El soldado en batalla tiene un propósito: destruir, matar...".

Y ese día Gilberto Ibarra conoció el horror de las balas expansivas que desfloraban la vida de los jóvenes como él, como muchos de sus compañeros de clase. Las balas expansivas... Son proyectiles que tienen una perforación en el centro. Al final de la perforación tienen un fulminante y debajo del fulminante una carga de pólvora. En su trayectoria, es decir, el recorrido que hace en el aire, a esa perforación le entra aire a presión. Cuando choca el proyectil con un cuerpo, ese aire a presión golpea inmediatamente el fulminante, éste hace ignición, se prende la pólvora y explota.

Así es como descuartizan los cuerpos y las vidas.

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Nadie conoce el número real de muertos como resultado de la matanza en Tlatelolco. La cifra oficial es de 30 o 33 personas que dejaron sus últimos minutos de vida en la Plaza de las Tres Culturas.

José Ramón Fernández tampoco tiene idea. "No me acuerdo, pero fue impactante porque había jóvenes, mujeres, adultos, niños. Yo tenía 18 o 19 años". Era estudiante de medicina, de primer año. Inicialmente se sumó a algunas manifestaciones, pero luego se salió del movimiento. Ya no acudía más... Ya era ayudante de perito. Cuando vio los cadáveres amontonados sintió coraje, un enojo que se enquistaba dentro del cuerpo. "Eran personas de mi edad, estudiantes, con disparos de armas de fuego, con heridas de bayoneta. Era la primera vez que veía tantos cadáveres juntos. Y nunca había pasado nada así".

Pasó horas y horas asistiendo en las autopsias. No hablaba. No había tiempo ni deseos de hacerlo. El malestar y el coraje aumentaron cuando vio el cuerpo de una compañera de la Facultad de Medicina, precisamente una de las que hoy, 33 años después, identifica de nuevo en las fotos. Tiene completamente desfigurado el lado derecho del rostro. No sabía su nombre, pero sabía que era ella. Y se quedó para siempre con su imagen.

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Gilberto Ibarra escuchaba cifras enormes sobre el número de muertos. "Se decía que había cientos de muertos. Aquí teníamos unos 30 o 40. Llegó un camión militar y traía otros muertos, tres, cuatro, cinco... Y otros habían ingresado en ambulancias de la Cruz Roja. Vinieron de diferentes lados y en algunos casos no tenían papeles... Los traían aquí porque no había dónde más. Hicimos una relación de cuántos tenían papeles y cuántos no. Quién sabe cuántos tenían etiquetas...".

Y ante la confusión, entró el Ejército al Servicio Médico Forense. "Entraban militares, venían a hablar con el director, bajaban los militares, subían... Las instalaciones estaban como tomadas por militares. El control lo tenían ellos... Se metían al anfiteatro, estaban ahí. Se asomaban... En la tarde llegaron vehículos del Ejército a recoger los cuerpos que no tenían identificación. La orden fue que se los llevaran...".

Las noticias decían que había muchos más cuerpos. "Yo no veía que llegaran más, pero las noticias decían que iban más al Campo Marte... y me preguntaba ¿qué fue lo que pasó? ¿Qué fue realmente lo que pasó? Hubo violencia extrema. Muchos cuerpos tenían tres o cuatro impactos".

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Los jóvenes que hace 33 años vivieron horas de miedo y de indignación son ya hombres maduros. José Ramón Fernández y Gilberto Ibarra han visto desde entonces cientos de cadáveres... Pero estos dos pares de ojos ya acostumbrados a la muerte no han vuelto a ver nada igual. Nada como aquellos cuerpos, sin vida, destrozados, sojuzgados, ultrajados. Nunca han visto nada como eso.

(Con la colaboración de la reportera Silvia Otero)